viernes, 28 de marzo de 2014

Próxima parada: Sant Just. Parte III



Aquella señora tan peculiar había estado escuchando la conversación con el conductor y en vista de la poca ayuda que éste le había dado, que ni buen conductor ni buen guía, se había ofrecido para indicarle el camino hasta la iglesia ya que solía ir por allí todos los domingos. Transcurrieron pocos minutos hasta que llegaron a la parada, y ya en la calle   hablaron de cosas sin importancia. Susana miró de nuevo su reloj, quedaban solo quince minutos para que empezara la reunión y la señora del abanico, que por la cara de Susana se había dado cuenta de que tenía prisa, se despidió y le deseo suerte en su vida. A los cinco minutos, Susana ya estaba frente a la iglesia. Era un edificio no muy alto, aunque sobresalía un poco de las casas que había al lado que tan solo contaban con tres alturas. Para entrar había que subir dos tramos de escaleras de piedra blanca, pero según le habían indicado, Susana tendría que torcer por la esquina de la calle y entrar por el lateral, ya que ella se dirigía a los salones parroquiales y no al templo en sí.  

Así que, tras mirar un poco la arquitectura del edificio se alejó de las escaleras, con el pensamiento de volver otro día un poco antes para ver la iglesia por dentro. Al torcer la esquina se topó con una verja que estaba abierta y tras ella, una enorme puerta de madera que invitaba a entrar. Una vez dentro, Susana observó curiosa la estancia. Las paredes eran de color blanco y los techos más altos que los de la entrada principal. A cada lado de la sala había un banco de madera con almohadillas rojas desgastadas por el uso. Susana pensó que seguramente se trataba de los bancos antiguos de la iglesia y, de repente, se imaginó a la mujer del autobús sentada en uno de ellos. Esa mujer le había animado aquel viaje tan agobiante y, gracias a ella, Susana se sentía más calmada. Siguió caminando y decidió probar suerte en una puerta que se encontraba a la derecha; en ella había un cartel. Despacho parroquial.

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